Liderazgo y comunicación: muchos comunican, solo unos pocos conectan

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Sucedió durante un seminario de formación para el liderazgo y la comunicación. Ser un buen líder y comunicar bien son cualidades que van  unidas. La una es condición de lo otro.  Porque el liderazgo se ejerce a través de una actividad comunicativa. Queremos transmitir planes, queremos persuadir a las personas para que tengan actitudes, cumplan tareas, entreguen su pasión a un propósito. Si no comunicamos bien, el fracaso está asegurado. Pero muy pocos comunicadores conectan con su público. La conexión, como asegura Cialdini, es la clave de la persuasión. En el liderazgo que se cumple a través de la comunicación, conectar es clave.

Pero regresemos al suceso inicial. Habíamos pasado un día con Borja Milans del Bosch mirando en nuestro interior, practicando la humildad, el gobierno del ego, la honestidad y la capacidad de ver en el otro a una persona. Borja sacude nuestro interior y nos hace preguntarnos si en nuestra vida profesional nos dedicamos a hacer el bien a los que tenemos cerca o a escalar pisando su cabeza.  Su entrenamiento es un ejercicio por el que deberíamos pasar al menos una vez al año. Habíamos atravesado también, esa misma mañana, la teoría de la comunicación eficaz. Tocaba hacer prácticas. “Sal ahí, habla durante diez minutos, con un propósito, con una finalidad. Convénceme de algo, pídeme que haga algo, y hazlo con fuerza, con pasión, con decisión, y con altura de miras”.

Fueron saliendo, uno tras otro. Los primeros eligieron temas de empresa: planes, proyectos, sistemas de evaluación. Navegaron por el terreno de los eufemismos, esa lengua que se ha colado en las empresas y que nos indica que el que habla tiene mucho que esconder, quiere disimular, y nos quiere vender una piedra envuelta en papel dorado con lazo rojo. Hubo también quien demostró, con buen verbo y una didáctica poderosa, los beneficios fiscales de enviar empleados a otros países. Brillante. Aprendimos fiscalidad en unos minutos. Pero aquello no terminaba de funcionar. La verdad del corazón de aquellos oradores estaba oculta, no emergía. Ninguno de ellos ponía un trozo de si mismo como prueba de coherencia y de consistencia.

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La última en intervenir era una mujer menuda de mirada vivaz y alegre. Comenzó como mandan los cánones de la narrativa: agarra al lector por el cuello en la primera frase y no lo sueltes hasta el final. Sus primeras palabras nos aferraron el corazón con una fuerza sorprendente: “la vida me ha regalado un hijo y dos cánceres”. Vino después un relato profundamente humano sobre la enfermedad, el miedo, la aceptación, las personas con las que se cruzó durante el tratamiento, las que superaron el cáncer, las que se quedaron en el camino. Hubo incluso momentos de humor.  En cada frase, en cada palabra, en la actitud que percibíamos en su mirada, en su sonrisa, en su forma de gesticular, aquella mujer pequeña se iba agigantando en nuestro corazón.

Al final de su historia la habríamos seguido en cualquier empresa, con cualquier propósito que fuera consistente con la mujer que teníamos delante, no importa como fuera la batalla. Era, simplemente, una persona que uno quisiera tener al lado. En su discurso se produjo la magia de la conexión, ese punto en el que reconocemos la verdad, la honestidad, en el que nos vemos a nosotros mismos en el otro, en el que reconocemos una actitud que merece admiración. Esta, lectores, es la época de la sospecha. El público recela de los discursos. Piensan, porque les han engañado muchas veces, que las personas, los líderes, dicen lo contrario de lo que piensan hacer, prometen lo que no son capaces de asegurar, y tienen siempre un interés particular escondido bajo eso que llaman “el interés general”. En un tiempo dominado por la desconfianza, conectar es más difícil que nunca. Nuestra palabra está sometida al escrutinio permanente, a la sospecha eterna. Romper esa suspicacia es muy difícil. Solo lo conseguimos si en nuestro discurso hay piezas auténticas de nosotros mismos. Aquella mujer lo consiguió porque tenía un material humano puro. Pero no necesitas tener un hijo ni pasar dos veces por el cáncer para conectar. En ti mismo hay una verdad, una historia, que puedes mostrar con honestidad, con humildad e indulgencia, que te permitirá llegar al corazón de las personas. Y persuadirlas. Siempre que seas capaz de dibujar un nosotros que albergue un interés que está por encima de los pequeños intereses de cada uno de los que lo integran. Liderazgo y comunicación, íntimamente unidos.

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