De Churchill a Will Smith, y vuelta

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Club Raheem

Las claves de un buen discurso

El Club Raheem es una atalaya sobre Madrid. Desde las alturas de Goya 18 se divisan los áticos del barrio de Salamanca: modernidad, acero y cristal, sobre edificios, algunos, que tienen más de un siglo. Ese fue el escenario de nuestra Master Class sobre el arte de hablar en público.

Para empezar a hablar de lo que tiene que tener un buen discurso, me gusta comenzar con Churchill, el Churchill de 1940: emoción, convicción, y el sueño de vencer a Hitler. Churchill habla en la cámara de los comunes. Inglaterra ha pasado de la genuflexión ante Alemania a la declaración de guerra: nunca nos rendiremos. A quienes se emocionan todavía hoy con este discurso conviene recordarles que en su juventud Churchill era un pésimo orador. Los buenos oradores se hacen. ¿Cómo? Con ensayos, con errores, con práctica, con muchas horas de vuelo.

En los discursos damos lo que tenemos. Si tenemos pasión, contagiamos pasión; si tenemos convicción, la transmitimos, si sabemos ser auténticos, conectamos, y si buscamos un «nosotros» más que un «yo», quizá consigamos encontrar ese terreno común en el que los buenos oradores conectan con su público. Recuerden que son muchos los que comunican, pero solo unos pocos los que consiguen conectar, y esa es la clave de la persuasión. Si conoces las emociones de tu auditorio, sus preocupaciones, su energía vital, y eres capaz de elevar tu discurso hasta las alturas del bien común, si eres capaz de vender un sueño, serás capaz de movilizar a tu auditorio.

La oratoria tiene sus reglas, aunque muchas de ellas están ahí para conocerlas, dominarlas, y luego romperlas. Nuestro primer instrumento de comunicación es el cuerpo. El segundo, la voz. El cuerpo habla, y hay que conocer cómo se expresa para que los brazos, los ojos, el gesto, la forma de caminar transmitan impresiones cargadas de contenido. La voz, y su ausencia, el silencio, son herramientas de convicción y de persuasión. El timbre, el tono, la velocidad a la que hablamos, actúan como los colores con los que señalamos los pasajes más importantes de un libro. El silencio nos ayuda a subrayar, a dejar resonar una frase relevante. Quien domina el silencio sobre un escenario es un buen orador, consciente de que es el dueño de la atención de su público.

Cuando subas a un escenario, recuerda aquella frase de García Márquez: al lector hay que atraparlo del cuello en la primera página y no soltarlo hasta la última. Ese es tu cometido, ese tu desafío. Para conseguirlo, tendrás que echar mano tus mejores historias: anécdotas, información, hechos, relatos que personifiquen tus ideas, y los contenidos de tu vida propia que dotarán a tu relato de autenticidad.

Cuando hablamos de autenticidad, ponemos siempre esa escena de Will Smith en la que se enfrenta a una entrevista de trabajo. Si, ya sé, dirán que esto es cine. Pero vean la escena y comprueben cómo funciona en nosotros la capacidad de persuasión de una persona que entra, saluda con entusiasmo, se muestra sincera, honesta, íntegra. Por momentos pensamos que está corriendo el riesgo de ser rechazado. Es cierto: todavía quedan personas que piensan que simular unos conocimientos que no se tienen y demostrar unos valores de los que se carece, son caminos para el éxito. Yo creo que no.

Todo esto se desplegaba en el Club Raheem, en las alturas de Goya, mientras los áticos reflejaban el último sol del último miércoles de mayo.

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