Pensé en este artículo al contemplar uno de los cuadros de la colección Kagge que se expone en la Sala de Arte de la Ciudad Financiera Santander. «USA: el miedo te come el alma». Es un cuadro firmado por Rirkrit Tiravanija. En esa mañana de lunes las bolsas se hundían. Dijeron que era por el coronavirus. No es cierto. Era por el pánico.
Según datos del Ciber de Epidemiología y salud pública, en la temporada 2017-2018 se dieron en España 800.000 casos de contagio por gripe. De esos casos, 52.000 necesitaron ingresar en hospitales. 15.000 fallecieron. Hablamos de gripe, de los tipos A y B. Esas quince mil muertes no paralizaron la economía, ni provocaron el hundimiento de las bolsas, ni siquiera fueron un motivo que se tuviera en consideración para convocar el Mobile World Congress. No se cerraron aeropuertos, no hubo protocolos de seguridad en estaciones, ni siquiera hubo turistas confinados en hoteles y puestos en cuarentena. La población percibe el contagio y los riesgos que supone con una impresión leve. Solo así se explica que tan solo el 55 por ciento de los mayores de 64 años, que son el grupo de mayor riesgo, se vacunen. Y si el COVID-19 costara tantas vidas o más que la gripe, ¿qué efectos tendría en nuestras vidas?
Contagios y países
En el momento de escribir este artículo las estadísticas dicen que el país con más casos de contagio es China, con 77.660. Le siguen Corea con 977 e Italia con 229. En Europa, el primer país en detectar un contagio fue Francia, que ha registrado hasta el momento doce casos de contagio. Cifras pequeñas sin las comparamos con los casos de gripe de un solo país (España), citados al principio.
¿Estamos por tanto ante un temor exagerado, ante una psicosis extendida sobre una información de baja calidad? El hecho de que el origen sea China ha acentuado esa psicosis. Por una parte por el control del gobierno de Pekín sobre la información: primero para negar el contagio, después para minimizar sus efectos. Cuando la epidemia ya no se podía ocultar construyeron a toda prisa una ciudad hospitalaria en un intento de convertir la crisis en una oportunidad de propaganda. El efecto en la opinión pública fue de una enorme inquietud. Si China mostraba ese centro sanitario gigantesco es que la crisis era de proporciones globales.
Parálisis de la economía
Los efectos comenzaron a notarse en otros países. La clausura del Mobile World Congress de Barcelona acentuó la percepción de que estamos ante una pandemia inevitable ante la que se debían tomar medidas radicales. No bastaba el control de las personas que vienen de China. La psicosis se traducía en parálisis, de la misma forma que el gran aparato de producción económica chino ha estado parado durante un mes. La bolsa se hundió el 24 de febrero por el temor a esa parálisis de la oferta económica. El miedo nos comía el alma.
El pánico, en este caso, es peor que el fuego. Y el miedo nos lleva a magnificar las consecuencias de una posible pandemia. Llama la atención que la forma de combatir el coronavirus sea una inyección social de terror, que no va a frenar el ritmo de los contagios. El pánico no se combate con más alarma sino con datos, información, y sobre todo con el contraste de realidades, que es un lenguaje que está al alcance de todos, con PREVISIÓN, que es la mejor forma de gestionar las crisis, hacerlo aguas arriba. Si comparan las cifras que hemos dado en este artículo verán que el coronavirus tiene una tasa de mortandad similar a la gripe. A la gripe y sus consecuencias estamos tan habituados que pasan desapercibidos.
Pero lo más grave no está ahí. Lo grave siempre es minimizar el riesgo, despreciarlo, pensar que no te va a afectar, tomar decisiones con cálculo político. En momentos de crisis sanitaria el oportunismo es suicida, el populismo letal, y la impericia técnica para enfrentarse ante la propagación de un virus, es garantía de que todo llegará a la situación de caos. Ciencia con prudencia es una fórmula de éxito, propaganda oportunista sin conocimiento es letal.